
Si hay algo que llama la atención del visitante que pasea por las calles de Granada o vislumbra su precioso “skyline” es, sin duda alguna, un detalle de la Torre de su Catedral, ubicada en pleno centro de la ciudad en la Plaza de las Pasiegas. No es otro que, a simple vista, se observa que no está acabada y que no tiene «hermana gemela» como ocurre en otros templos catedralicios.
Luego, ¿qué pudo ocurrir en su momento para que se dieran estas circunstancias? y ¿por qué no se le ha dado una solución después del tiempo transcurrido?.
Estas y otras cuestiones se abordan en el interesante artículo del periódico El Independiente de Granada y que se puede leer en su totalidad en el siguiente enlace. En los siguientes párrafos se adelanta parte de su contenido.

Cuando en 1528 Siloe contrató la construcción de la Catedral de Granada, lo único que hizo a la hora plantear sus torres gemelas fue reproducir el modelo ya experimentado en Santa María del Campo. Pero en este caso, lo haría a lo grande, es decir, exagerando la altura de los cuerpos y estilizando al máximo las torres hasta convertirlas casi en agujas góticas. Las dos torres gemelas de la Catedral granadina superarían los 81 metros pétreos, más los chapiteles, para guardar la proporción con una nave que superaría los 120 metros de longitud.
En los doce años anteriores a 1585, los constructores habían cometido el error de correr demasiado tras recuperarse del parón de la guerra de Granada: las torres solían levantarse a razón de unos 2,5 metros cada año; se dejaba que la obra se asentara y se corregía en la siguiente tanda, ya que solía ser normal que apareciera tendencia a inclinarse. Pero en esta Catedral no se observó esa regla de oro de los constructores de torres elevadas.
En mayo de 1592 se reforzaron los cimientos del Pie de la Torre, pero ya no había solución y se culminó el desmontaje del cuarto cuerpo octogonal. El arzobispo Pedro de Castro, imbuido en el asunto de los Libros Plúmbeos, solicitó consejo al propio arquitecto Ambrosio de Vico y al maestro de obras de la Alhambra, Juan de Minjares. Tras una meticulosa investigación, inspeccionaron los cimientos y comprobaron que estaban “mal zanjados” y abiertos “con gran descuido”; la torre se asentaba sobre una capa de limo depositada durante milenios por el río Darro; aquel barrio se llamaba la Rambla desde tiempo inmemorial y nadie parecía haber caído en la cuenta.
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