Los números primos son un conjunto de datos matemáticos, quizás el mayor y más antiguo, que desde hace 2.300 años tratan de entender los estudiosos en este tema.

El último que ha sido distinguido con un galardón, en este caso el Premio Abel por toda una vida dedicada a las matemáticas, ha sido el canadiense Robert Langlands.
La investigación de Langlands ha demostrado que conceptos derivados de la geometría, el álgebra y el análisis numérico podían conectarse a través de un vínculo común con los números primos.
El artículo merece ser leído en su totalidad y está disponible en el siguiente enlace aunque se avanza parte de su contenido.
Para estudiar los números primos, los matemáticos extraen números enteros de una tabla virtual tras otra, hasta dejar solo los primos. Este procedimiento de criba produjo tablas de millones de primos en el siglo XIX. En la actualidad, permite a los ordenadores encontrar miles de millones de números primos en menos de un segundo. Pero la idea fundamental de la criba permanece inmutable desde hace más de 2.000 años.
“Un número primo es aquel que solo es medido por la unidad”, escribía el matemático Euclides en el año 300 a. C. Esto significa que los números primos no son divisibles entre ningún número menor que ellos, excepto 1. Por convención, los matemáticos no cuentan el 1 como número primo.
Hoy en día, nuestros conjuntos de datos proceden de programas informáticos, y no de plantillas hechas a mano, pero los matemáticos siguen hallando nuevos patrones en los primos.
Excepto el 2 y el 5, todos los números primos acaban en 1, 3, 7 o 9. En el siglo XIX se demostró que estos posibles últimos dígitos se dan con la misma frecuencia. En otras palabras, si observamos los primos hasta un millón, aproximadamente el 25% termina en 1, el 25% en 3, el 25% en 7 y el 25% en 9.